El primer párrafo de la página web del Ministerio de
Educación y Ciencia de Finlandia, dice lo siguiente: Las inversiones en
competencias, educación, capacitación y cultura son la mejor política de
futuro. La educación siempre ha sido para Finlandia un factor de éxito, y en el
mundo global las competencias adquieren una importancia aún mayor. La cultura,
el conocimiento, la capacidad de innovación y la creatividad son elementos
decisivos.
En un documento ya citado en este espacio (ED/BIE/CONFINTED
47/4), formulado conjuntamente por el Ministerio de Educación e Investigación
de Noruega y la Unesco, se hace la siguiente referencia en su primer párrafo:
Los resultados del último Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes
(PISA) de la OCDE convirtieron a Finlandia en la Meca de los peregrinos de la
educación, determinados a descubrir el secreto del éxito del sistema educativo
finlandés.
El documento aludido hace referencia a una incursión en las
prácticas escolares de escuelas secundarias en Helsinki y Mäntsälä y, como era
de esperar, se encontró un método de instrucción sólido y creado desde los
jóvenes. Un método que en lo estrictamente escolar se apoya en el desarrollo de
las psychosocial skills (que se ha traducido al castellano como competencias o
habilidades para la vida) y que se refieren a la necesidad de fomentar el
desarrollo personal de los alumnos; ayudarlos a desarrollar su potencial y a
disfrutar de una vida privada y social exitosa, y en el respectivo desarrollo
de las life skills, cuyo sentido se ha ampliado: traducido simplemente como
capacidades o competencias, éstas conllevan saberes, habilidades/aptitudes/
know-how, valores, actitudes, comportamientos, para enfrentar exitosamente
contextos y problemas de la vida real privada, social y profesional, así como
situaciones excepcionales.
Probablemente Phillippe Perrenoud, sociólogo y antropólogo,
profesor de la Universidad de Ginebra, ha hecho uno de los mejores esclarecimientos
frente a los críticos del aprendizaje por competencias. Aquí, dice Perrenoud,
parece haber un malentendido que consiste en creer que al desarrollar
competencias, se renuncia a transmitir conocimientos.
Casi todas las acciones humanas exigen conocimientos, dice
Perrenoud, a veces reducidos, a veces muy amplios, ya sea que éstos sean
obtenidos a partir de la experiencia personal, del sentido común, de la cultura
compartida en el seno de un círculo de practicantes o de la investigación
tecnológica o científica. Mientras más complejas, abstractas, mediatizadas por
ciertas tecnologías y fundadas según modelos sistemáticos de la realidad son
las acciones proyectadas, más exigen conocimientos amplios, avanzados,
organizados y confiables.
La noción de competencia tiene muchos significados. La
noción del profesor ginebrino dice así: una competencia es la capacidad para
actuar de manera eficaz en un tipo definido de situación, capacidad que se
apoya en conocimientos, pero no se reduce a ellos. Para enfrentar una situación
de la mejor manera posible, generalmente debemos hacer uso y asociar varios
recursos cognitivos complementarios, entre los cuales se encuentran los
conocimientos.
Los conocimientos son representaciones de la realidad que
hemos construido y acumulado de acuerdo con la experiencia y con la formación
de cada quien. Casi toda acción pone en movimiento ciertos conocimientos, a
veces elementales y diseminados, a veces complejos y organizados en redes. Es
así como, por ejemplo, se necesitan conocimientos lo suficientemente amplios
para: a) analizar un texto y reconstituir las intenciones del autor; b)
traducir de una lengua a otra; c) crear argumentos con el fin de convencer a un
escéptico o a un adversario; d) crear una hipótesis y verificarla; e)
identificar, formular y resolver un problema científico; f) detectar una falla
en el razonamiento de un interlocutor; g) negociar y conducir un proyecto
colectivo. Pero las competencias que ponen de manifiesto estas acciones no son
conocimientos en sí; éstas utilizan, integran, movilizan conocimientos.
Un buen médico llega a identificar y a movilizar los saberes
científicos pertinentes, en el momento adecuado, en una situación concreta que,
evidentemente, no se presenta en general como un caso teórico para el cual
bastaría encontrar la página adecuada de un gran libro y aplicar la solución
recomendada. El que el médico disponga de amplios saberes (en física, biología,
anatomía, fisiología, patología, farmacología, radiología, tecnología,
etcétera) es sólo una condición necesaria de su competencia. Si ésta se
redujera a una simple aplicación de conocimientos memorizados en casos
concretos, le bastaría, a partir de algunos síntomas típicos, identificar una
patología detallada, después de encontrar, en su memoria, o en un tratado, o en
una base de datos, las indicaciones terapéuticas. Las competencias clínicas de
un médico van mucho más allá de una memorización segura y de recordar oportunamente
las teorías pertinentes, al menos cada vez que la situación sale de la rutina
y exige relacionar, interpretar, interpolar, inferir, inventar, en suma,
realizar operaciones mentales complejas cuya organización sólo puede
construirse en la realidad, de acuerdo con saberes y esquemas del experto, así
como según su visión de la situación.
Una competencia nunca es el puro y simple empleo racional de
conocimientos, de modelos de acción, de procedimientos. Formar a través de
competencias no lleva a dar la espalda a la asimilación de conocimientos. Sin
embargo, la apropiación de varios conocimientos no permite su movilización ipso
facto en situaciones de acción. Por eso el aprendizaje por competencias puede
expresarse sintéticamente como saber y saber hacer, (en un gran número de
niveles y complejidades).
José Blanco